Yo que conozco tu cuerpo mejor que nadie en la vida descubro bajo tu brazo fragancias dulces que incitan a que cierre las persianas y acaricie tu colina que despierta mis deseos en la siesta de la isla. Y nuestros cuerpos se hundan, desnudos en la sombrita.
Cae la blusa de lo alto, “quítame todo”, decías, como borrachos de ganas, ocurre todos los días, respirar de esta manera los dos vientres que palpitan ambos buscando su centro, antesala de caricias. Y de nuevo sorprenderse del mundo de las delicias.
En tus brazos y los míos perlas de pasión transitan, el vaivén de las caderas, un corazón que se agita, sube y baja la marea, vuelve mil veces, respira, sal y yodo entre tus piernas, alimenta y debilita. Y estallo como una ola en tu caleta bendita.
Después de habernos amado sin restricción ni mentiras, me inclino a beber el agua, nuestras rodillas vacilan, volver de a poquito al mundo con la pupila lejana, cansancios de navegantes que arribaron a la playa, cruzando los siete amores, felices de la batalla.